Historia de mi encuentro con el Kitsch
La primera vez que escuche la palabra en cuestión, yo estaba en el bachillerato, era una adolescente vulnerable e impaciente por aprender y como buena estudiante de 17 años, todo lo raro que escuchaba iba a consultarlo inmediatamente en el diccionario.
Fue un día de marzo del dos mil cuatro, cuando en la mañana tomé el periódico y vi la lista de películas de lo que antes era la muestra de cine en el cineforo, lo recuerdo perfectamente, enfrente de mí tenía al hombre que hoy fuera mi esposo, yo estaba recién atraída por su sonrisa, sonrisa que conocía desde hace tres años y que hasta ese momento vino a hipnotizarme, le invité al cine en una cita meramente casual, de amigos, con potencial de ser algo más. Él nunca llegó a la cita, que al parecer fue tan informal que el pensó que tenía la opción de ausentarse y lo hizo, yo en cambio me metí sola (ese año fue el periodo de tiempo cuando pasaron muchas primeros: la primera vez que iba sola al cine, la primera vez que veía cine de autor, eran las primeras veces que andaba en camión por la ciudad conociendo rutas diferentes, la primera vez que me enamoraba, la primera vez que descubrí muchas cosas y muchas palabras) a la única sala de cine que se encuentra en el sótano de rectoría general. No compré palomitas, me sentía un tanto incómoda al verme sentada entre lo que parecían bohemios e intelectuales, todos iban vestidos distintos a la media y hablaban un idioma parecido al cristiano (como diría mi abuelita) pero que en realidad no comprendía (me hizo pensar que debía leer mucho), parecían salidos de alguna de las puertas del mismo sótano, como si sólo se movieran en los sitios más underground de la ciudad y sólo salieran de noche. Yo me quedé acurrucada en mi butaca, no tan arriba, no tan abajo y justo en medio. Apagaron las luces y el celuloide comienza a rodar, lo primero que veo es una vista tomada desde alguna azotea del Distrito Federal y los protagonistas haciendo el amor. Qué impacto. Los protagonistas Adán y Eva actuaban con monotonía, se veían hastiados de la vida y precisamente por esto hacían experimentos con todo, su cabello, sus ropas, sus actos, sus palabras. Era una película muy surrealista, d’avant-garde, y también muy dura, difícil de observar por los largos silencios y tiempos de meditación. No recuerdo conversaciones profundas, una cosa muy rara en general, su encanto estaba en el plotline y su estética bizarra. Verán, el filme en cuestión se llama “Adán y Eva… todavía” (En una nota al pie: Según el Génesis, después de haber comido del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén, para proteger el camino hacia el otro árbol prohibido: el de la vida. Pero antes de salir, ellos lo probaron también y fueron inmortales… Ahora subsisten en la Ciudad de México. Están hartos de vivir.) Y transcurrió el filme a lo largo de 100 minutos. Llegamos a la sesión de preguntas y respuesta, el encanto de todos estos festivales es que podemos platicar con el director y sus actores sobre el trabajo y proceso creativa de dicha producción, yo en realidad tenía muchas preguntas, puesto que esto era totalmente nuevo para mí, pero en lugar de levantar la mano, me quedé escuchando y aprendiendo de las preguntas de los demás, preguntas sosas, de vez en cuando y otras tantas irrelevantes de las cuales ya no recuerdo, faltaban minutos para que se terminara el tiempo de la apretada agenda del director y dejaron la última pregunta para una chica de aspecto muy sui-generis, su pregunta, más o menos, fue esta: “¿Tiene algo que ver el argumento del filme con la estética kitsch que se maneja en el mismo filme?” Después de la pregunta, no escuché la respuesta, me quedé absorta ante el descubrimiento de un nuevo vocablo en mi pequeño acervo cultural, anoté “Quitch” en mi cuadernillo de notas y revisé mi archivo mental para saber si no la había escuchado antes, resultado: No, era una cosa totalmente nueva, que me dejo abrumada, desconcertada y fascinada, no veía la hora de salir de la sala de cine para llegar a consultar el diccionario. En cuanto se terminó la sesión de preguntas y respuestas, me levanté y aunque seguía pensando en aquel chistoso vocablo, también me fui imaginando qué hubiera sido si aquel espécimen al que invité esa misma mañana hubiera ido, y fui haciendo paralelismos entre la hastiada pero amorosa vida de los personajes y la imaginaria vida amorosa del romance virtual que llevaba por esos tiempos con el susodicho.
Después de toda aquella experiencia surrealista, mi primer contacto con el arte y sus autores (o algo que se acerca a ello) llegué directamente a casa buscar está palabra en el diccionario, pero dudé, era una palabra enteramente extraña, un palabra de cinco letras con una sola vocal en su anatomía, entonces pensé que podría buscarla en mi diccionario bilingüe para estudiantes de inglés; pasé por las palabras kiss, kit, kitchen, kite, kitten, kitty, kiwi: nada. En realidad no sabía muy bien cómo se escribía así que me tomó un tiempo tratar de encontrarla en el diccionario pocket. Me dí por vencida y sólo para no dejar morir la esperanza la busque en el diccionario de la real academia española (o lo que pueda funcionar como su equivalente Larousse) y después de un rato de buscarla en la letra Q, la encontré en la sección de las palabras que empiezan con K, ahí, entre kit y kiwi, esto fue lo que encontré:
- “Kitsch adj. y s. m. Cursi, de mal gusto.”
Y esa fue la respuesta y definición que se me quedó por mucho tiempo, ilustrándolo con aquella pregunta que antaño me hiciera emprender la búsqueda tan poco exhaustiva de aquella palabreja tan inusual. Hasta ahora.